¿Cesó la horrible noche?.
La pregunta como figura lingüística evoca una constante indefinición, un ir y venir de cuestionamientos en busca de un mismo punto de encuentro, algun tipo de respuesta o, cuanto menos, de un aliciente al sentimiento de desasosiego que produce esta figura. Convertir en pregunta esta afirmación, consignada en el himno nacional de Colombia, implica un ejercicio de dos partes; uno, de la salida de las certezas otorgadas a los colombianos como fragmentos en la configuración de nación con una identidad y un relato histórico institucionalizado.
Tradicionalmente, se nos ha enseñado que “cesó la horrible noche”, como parte de una de las estrofas del himno nacional, hace énfasis en el fin de la guerra independentista como medio para encontrar la anhelada libertad de los criollos frente al yugo del poder español. Es una oración simple, pero poderosa, que evoca el alivio, la tranquilidad de toda una nación frente al fin de una etapa marcada por la violencia en todas sus expresiones.
Cuestionar si la promesa de terminación de las violencias en Colombia (utopía para muchos, un chiste mal contado para otros), aunado a la esperanza de libertad, equidad y garantías de modelos de vida dignificantes son una realidad o un ideal romántico es un ejercicio ético y político, pues remite al sentimiento esencial de muchos de querer un país más humano, más unánime, menos violento.


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